Comentario
Había un cierto número de personas (el 30% de la población nacional, aproximadamente, algo más de la mitad de los cuales vivía en los pueblos) que se dedicaba al sector de los servicios, a los trabajos artesanales y a la naciente industria aunque ésta era escasa y muy limitada. Artesanos, tenderos y criados domésticos constituían una microsociedad dentro de cada pueblo. Estos grupos, sobre todo, vivían en aquellas poblaciones que constituían cabecera de comarca y que vienen a coincidir con las sedes de los partidos judiciales que organizó, tras la muerte de Fernando VII, Javier de Burgos.
Buena parte de la población rural eran artesanos en mayor o menor medida, pues lo más frecuente era que en cada familia se desarrollase alguna actividad artesanal. En el mundo rural de mediados del siglo XVIII y primera mitad del XIX, cada familia, cada pueblo, por pequeño que fuese, tiende al autoabastecimiento. Se trata de transformar los productos agrícolas o ganaderos así como aquello que el medio proporciona. Por ejemplo, José Camacho hace la observación, válida para otros muchos lugares de la España de la época, de la ausencia de panaderías en los pueblos del noreste de Badajoz. Cada casa tiene su propio horno donde elabora pan. Sólo en años y épocas de escasez funcionaba una panadería local que se abastecía del trigo del pósito. Igualmente, muchos de los propios vecinos confeccionaban su propio calzado (sandalias, albarcas) fijando la piel a la suela con lañas de grueso alambre. A veces eran los pastores quienes llevaban a cabo esta tarea. Estos mismos eran quienes curtían las pieles. La mayor parte de las familias se agenciaba los materiales necesarios para construir sus propios zurrones, zamarras, etc. o recurrían a los pastores si no sabían hacerlos. En muchas casas había un telar con el que, además de fabricar tejidos de lino basto que vendían, "echan sus telas para el gasto de sus casas" (Larruga).
Si nos restringimos a quienes hacen de tal actividad su principal fuente de ingresos, el número de artesanos es limitado. Normalmente los artesanos se concentraban en los pueblos mayores que hacen de cabecera de comarca. Tal es el caso de Siruela en la Siberia extremeña. En él había cinco molinos de agua para molturar los cereales, tres hornos de teja y ladrillo, algunas alfarerías (para orzas, tinajas, botijos, etc.), algunos carpinteros, dos carnicerías, varios pescadores de río, cierto número de fraguas (para fabricar y reparar herraduras, arados, cancelas y todos los utensilios de hierro). En la comarca sólo había un zurrador que hacía objetos de piel y calzado. En otro extremo del país, en Navarra, además del textil y la metalurgia, había algunas pequeñas industrias locales relativamente variada: harina, quesos, regaliz, fósforo, chocolate, tejas, ladrillos, etc.
En zonas rurales había también un cierto número de industrias más cualificadas, a mitad de camino entre el sistema doméstico y el de factoría. En el sector más difundido, el textil, era frecuente en muchas comarcas españolas la existencia de una industria rural dispersa de carácter familiar. Existían telares diseminados en casas particulares fundamentalmente a cargo de las mujeres. La minería proporcionaba trabajo a bastantes miles de personas en muchos pueblos. Esta actividad frecuentemente iba unida a la siderurgia. Había numerosas ferrerías, especialmente en el norte de España, e industrias con mayor estructura empresarial, por ejemplo, la fábrica de Orbaiceta (Navarra), establecida por el Estado en 1784 para producir municiones, o la que se instaló, por iniciativa privada, en Alcaraz, un pueblo junto a la Sierra del Calar del Mundo, actual provincia de Albacete, dedicada a la producción de latón utilizando como fuente energética la fuerza hidráulica y el carbón vegetal. En esta última, como ha estudiado Juan Helguera, trabajaban unos 100 operarios.